martes, 20 de noviembre de 2012

Perú: Maravilla Inca

Desde que pise el continente americano hace ya un año y dos meses, tenía metido en la cabeza hacer un viaje por encima del resto: Perú. Desde hace muchos años tenía ganas de conocer este gran país y sobre todo visitar la Ciudad Inca de Machu Picchu.
El viaje lo empezamos a preparar muchos meses antes debido al reducido número de plazas existentes para realizar el Camino del Inca y el elevado precio de los vuelos que sufrimos en este país. Finalmente y aunque no era la idea principal decidimos visitar solamente Cuzco y realizar el camino del Inca de dos días, por falta de tiempo y días de vacaciones. Pero la experiencia fue igualmente satisfactoria.
Después de horas de vuelo y escalas aterrizamos muy temprano en Cuzco, con ganas de poder llegar al hotel, dejar las mochilas y poder descansar unas horas, pero para nuestra desgracia la habitación no estaría disponible hasta las 12 horas. Caras largas, miradas de sufrimiento, matecito de coca para el mal de altura y....a patear la ciudad.
El hotel, de nombre Virrey Boutique, se situaba en la mismísima Plaza de Armas, que es lo primero que pudimos visitar, y uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad.Presidida por la Catedral de Cuzco, y en la que llama la atención lo bien integrados que están los establecimientos como Mcdonalds o Starbucks, que desde fuera casi ni se identifican, ya que han respetado completamente la arquitectura de la plaza.
Causa de atún.
Después de desayunar como campeones, hicimos un primer recorrido por el casco histórico de la ciudad, en la que a cada dos pasos te encuentras con gente ofreciéndote productos de lo más variado, y que con el paso del tiempo se vuelven realmente pesados: gafas de sol, pinturas, retratos, todo tipo de ropa artesanal, excursiones, joyería, etc.
Para finalizar el paseo matutino, nada mejor que una deliciosa causa rellena, una chicha morada, y unas horas de descanso en el hotel después de casi 24 horas sin dormir.
Esa misma tarde fuimos a conocer el monumento más importante de la ciudad, El Coricancha, un templo incaico dedicado al Sol, y que alberga también el convento de Santo Domingo.
También conocimos un mercado muy particular en el podías encontrar los habituales productos turísticos, pero también todo tipo de comidas, cabezas de vacas, ranas, montones de fruta, carne sin envasar que estaba rodeada de moscas, pero sobre todo a gente comiendo, y es que fueras donde fueras, a la hora que fueras, la gente siempre estaba comiendo. Curiosa costumbre.
Templo del sol.
El resto de la tarde lo dedicamos a comprar provisiones para la gran aventura que comenzaría al día siguiente y muy pronto caímos rendidos en nuestras camas con la mente puesta en un único lugar: Machu Picchu.
Con las alarmas sonando a horas intempestivas, nos pusimos en marcha. Nuestra primera parada fue el pueblo de Ollanta, de donde sale el tren que nos llevaría al comienzo del Camino Inca.
Comienza la aventura
La llegada fue una auténtica locura ya que el chófer entre risas nos comunicaba que habíamos tenido algo de demora y que el tren salía en 5 minutos por lo que nos alienta a abandonar el autobús rápidamente. A la carrera alcanzamos el tren con la tranquilidad de que, por lo menos sí empezaríamos el camino como estaba previsto.
Una vez alcanzado el km 104, nuestro guía, de nombre Nilo, nos esperaba para dar las primeras indicaciones sobre como iba a ser el recorrido hasta que, por fin, comenzaba la aventura.
Los 13 kilómetros que dura el "paseo" son un auténtico regalo para  los sentidos, saber que estás caminando por donde hace 500  años un imperio dominaba buena parte de América Latina, siguiendo sus pasos, y observando las ruinas de lo que un día fue una gran civilización.
Wiñaywayna
Llama en Wiñaywayna
El recorrido es duro, son 13 kilómetros de continuas subidas sobre escaleras construidas sobre la montaña, el calor es un mal enemigo, y sobre todo la mochila a cada paso que das pesa más. Pero aun así nada empaña las maravillosas vistas, que te hacen querer sacar una foto a cada paso que das, pero que nunca la cámara recoge exactamente lo que tu estas viendo, por eso a pesar de haber visto mil fotografías, en persona te quedas sin palabras.
Después de visitar varias ruinas, saludar a cuantas llamas nos encontramos, llegamos a la Puerta del Sol o Inti Punku, que es el primer punto del camino en el pudimos contemplar el motivo por el que nos encontrábamos allí, ahí estaba, imponente, la gran ciudad Inca de Macchu Picchu.
Machu Picchu desde la Puerta del Sol
El primer día de la aventura había finalizado, pero en el poblado de Aguas Calientes pudimos disfrutar de otra de las maravillas de este país, la gastronomía. En la cena nos atrevimos a probar el famoso Cui, una especie de rata de campo, que se suele comer en grandes celebraciones, y la carne de alpaca, que no sabe muy diferente a un filete de ternera.
Objetivo cumplido
Al día siguiente, tocaba la visita guiada a Macchu Picchu en la que aprendes un poco más sobre la civilización Inca, su origen y su final y sobre todo disfrutas de los maravillosos paisajes que ofrece en conjunto con las imponentes montañas que las rodean. Una de ellas el Waynapicchu, sería el siguiente reto que nos encontraríamos.
Solo mirar hacia arriba y saber que tienes que caminar hasta la cima por escaleras diminutas, con un sol de justicia sobre tu cabeza, te preguntas si realmente merece la pena, y la respuesta es sí. Llegar es una satisfacción enorme, y contemplar las vistas que ofrece te hacen olvidarte de todas las penas que pasaste para subir. Te deja literalmente sin palabras. La bajada es otra historia, agarrados a las escaleras, una mirada abajo puede ser letal, ya que hay zonas en las que literalmente tienes que ir agazapado y agarrado a la pared.
Desde el waynapicchui
Cui.
El viaje iba llegando a su fin, último día en la ciudad de Cuzco, en el que nos apuntamos a un tour que recorría la ciudad, pero que debido a la desorganización y a nuestro cansancio abandonamos por una cerveza fría y una buena comida en un restaurante llamado Dragon´s Palate, sin saber ingenuos de nosotros que un pobre hombre nos esperaba en el siguiente punto de encuentro del City Tour preocupadísimo por nuestra ausencia.
Últimas fotos, últimos recuerdos, enviamos unas postales a España, un pisco para celebrarlo y fin de la aventura.
Ha sido uno de los viajes más fascinantes que he disfrutado y siempre me quedará la espinita de no haber podido adentrarme durante 4 días en las montañas sagradas, pero ya se sabe, siempre hay que dejar algo por hacer para volver.
Saludos.

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