Cienpies del Tayrona |
Llegada al Tayrona |
Por suerte en horas me encontraría volando a la primera parada de mi viaje: Santa Marta. Una pequeña población turística situada a orillas del Mar Caribe y cuyo mayor atractivo es el Parque Natural del Tayrona.
Cabo San Juan |
Despúes de reponer fuerzas en el hostal, con un par de cervezas Aguila y un bañito en la piscina, nos fuimos a descansar.
A primera hora tomamos una especie de autobús destartalado, en el que un vendedor de tickets va literalmente colgado de la puerta preguntando a la gente en la carretera si quieren viajar con ellos, y la experiencia fue bastante peculiar ya que tienes que ir gritando donde te quieres parar al no haber zonas establecidas para ello. Nos bajamos, desayuno de los campeones con unas buenas arepas y un jugo de guanabana y hacemos nuestra entrada en Tayrona.
Cartagena, de noche |
Playa Blanca, Islas del Rosario |
Oscurece en el Tayrona y a las 21:00 se apagan todas las luces artificiales, por lo que es una de las pocas ocasiones que se disfruta la noche en todo su esplendor. La noche en las hamacas mejor de lo que esperaba, tan solo me despertaban los ruidos de los animales, principalmente caballos que se acercaban durante la noche a hacernos una visita.
Desde Montserrate |
Al día siguiente llegamos en autobús a Cartagena, para disfrutar de la segunda parada del viaje, y con pena por saber que habíamos dejado atrás un auténtico paraiso terrenal.
Cartagena es una ciudad bonita, bastante pintoresca, con un casco histórico importante con muchos vestigios de la colonización española. Es interesante pasear por sus calles e imaginar como era la vida hace 500 años, cuando los cañones de sus murallas defendían la ciudad contra cualquier ataque.
En mi opinión el verdadero tesoro de esta ciudad está unas millas mar adentro. Las Islas del Rosario es un pequeño archipiélago a una hora de distancia en barco en el que te encuentras las típicas postales caribeñas con arena blanca, agua escandalosamente transparente y puestos con zumos de frutas exóticas esperándote.
Nos quedamos todo el día en Playa Blanca, pero si en alguna ocasión puedo volver allí me quedaría una semana entera. Es una auténtica gozada hacer snorkel por cuatro duros y observar la riqueza de sus fondos marinos, tocando peces con las manos sin que se asusten o ver los corales de mil colores.
Después de jugar al Tejo. |
Bogotá, como todas las ciudades sudamericanas es bastante caótica, pero la verdad es que en ningún momento tuve sensación de inseguridad.En sí la ciudad no tiene mucho que ver, destaca el barrio de La Candelaria con la Plaza Simón Bolivar presidiéndola y sobre todo Montserrate, un cerro al que se accede por telesférico y que te ofrece la posibilidad de contemplar la ciudad en todo su esplendor.
Viendo el clásico en El Campin |
Una vez en el estadio me resultó curioso escuchar las canciones de la grada, ya que eran exactamente iguales (acento argentino y todo) a las que se cantan aquí en la cancha.
Otro de mis momentos favoritos fue jugar al Tejo, el deporte nacional colombiano, una especie de petanca pero con pólvora y explosiones y que para jugar lo único que tienes que hacer es comprar media caja de cervezas como mínimo. I love this game!
Los días pasaban y las vacacions se terminaban, pero antes de irme pude visitar Zipaquirá y su famosa Catedral de Sal, con la que me llevé una grata sorpresa.
Para finalizar, una fiesta muy rockera rodeado de un buen puñado de gallegos, emigrantes en aquellas tierras, brindando con un ron Abuelo de contrabando por las siguientes etapas de nuestras vidas. Salud!
Así la aventura colombiana llegó al final, diez días estupendos que lo único que hicieron fueron darme ganas de volver y visitar El amazonas, El Eje Cafetero o la Costa Pacífica, y sobre todo el Andrés Carne de Res!
Hasta pronto!!