miércoles, 28 de agosto de 2013

Colombia: El riesgo es que te quieras quedar

Cienpies del Tayrona
Lo bueno de llevar casi dos años en Argentina, es que se amplía el abanico de destinos para viajar, ya que durante mi primer año procuré hacer los viajes más populares de la región como Iguazú, El Perito Moreno o Perú. Aprovechando la oportunidad de que tenía varios amigos en Colombia, me decidí a hacer una escapada de 10 días para conocer una pequeña parte de ese maravilloso país sudamericano. La verdad es que las referencias no podían ser mejores, tanto por parte de mis amigos colombianos como de las personas que habían estado allí de turismo, así que partí de Ezeiza con unas expectativas bastante grandes.
Llegada al Tayrona
Después de un vuelo bastante duro, y sobre todo una eterna noche en el aeropuerto aterricé en El Dorado, comprobando que el clima en Bogotá no tenía nada de caribeño, sino que me recibió un cielo gris y una temperatura poco distante del Buenos Aires invernal que dejaba atrás.
Por suerte en horas me encontraría volando a la primera parada de mi viaje: Santa Marta. Una pequeña población turística situada a orillas del Mar Caribe y cuyo mayor atractivo es el Parque Natural del Tayrona.
Cabo San Juan
Nada más poner un pie en Santa Marta te das cuenta que estás en El Caribe, calor, humedad y un espléndido mar celeste te saludan.
Despúes de reponer fuerzas en el hostal, con un par de cervezas Aguila y un bañito en la piscina, nos fuimos a descansar.
A primera hora tomamos una especie de autobús destartalado, en el que un vendedor de tickets va literalmente colgado de la puerta preguntando a la gente en la carretera si quieren viajar con ellos, y la experiencia fue bastante peculiar ya que tienes que ir gritando donde te quieres parar al no haber zonas establecidas para ello. Nos bajamos, desayuno de los campeones con unas buenas arepas y un jugo de guanabana y hacemos nuestra entrada en Tayrona.
Cartagena, de noche
Una vez que pagas religiosamente tu entrada como no residente, es como entrar a otro mundo, como si te colocaran directamente en un safari salvaje o te encontraras como el protagonista de The Last Survivor. A partir de aquí, arañas multicolores, cangrejos terrestres, cienpies gigantes, o lagartos serán nuestros compañeros de caminata. Es increible notar el silencio total, solo el mar, los pajaros y demás habitantes de la selva se dejan escuchar.
Playa Blanca, Islas del Rosario
Después de una larga caminata de dos horas bajo un sol de justicia, sin agua y con las mochilas a cuestas, encontramos un camping a orillas de la playa donde nos instalamos, eligiendo para dormir unas típicas hamacas de la zona por un módico precio. Minutos después nos zambullimos en las transparantes aguas de las playas del Tayrona, cada cual más bonita que la anterior hasta que llegas al Cabo San Juan. Allí te sientes como en el paraiso, es una de las playas más bonitas que he visto nunca. Es poner un pie allí y decir, "lo dejo todo y aquí me quedo".
Oscurece en el Tayrona y a las 21:00 se apagan todas las luces artificiales, por lo que es una de las pocas ocasiones que se disfruta la noche en todo su esplendor. La noche en las hamacas mejor de lo que esperaba, tan solo me despertaban los ruidos de los animales, principalmente caballos que se acercaban durante la noche a hacernos una visita.
Desde Montserrate
Después de aprovechar el día siguiente de sol y playa dejamos Tayrona rumbo a Taganga en una lancha en la que pasé una de las experiencias más increibles del viaje: mar picada, olas de dos metros, la barca saltando entre las olas, la gente gritando y hasta un turista griego me agarraba las piernas del miedo. yo por mi parte disfruté como un enano surcando las olas.
Al día siguiente llegamos en autobús a Cartagena, para disfrutar de la segunda parada del viaje, y con pena por saber que habíamos dejado atrás un auténtico paraiso terrenal.
Cartagena es una ciudad bonita, bastante pintoresca, con un casco histórico importante con muchos vestigios de la colonización española. Es interesante pasear por sus calles e imaginar como era la vida hace 500 años, cuando los cañones de sus murallas defendían la ciudad contra cualquier ataque.
En mi opinión el verdadero tesoro de esta ciudad está unas millas mar adentro. Las Islas del Rosario es un pequeño archipiélago a una hora de distancia en barco en el que te encuentras las típicas postales caribeñas con arena blanca, agua escandalosamente transparente y puestos con zumos de frutas exóticas esperándote.
Nos quedamos todo el día en Playa Blanca, pero si en alguna ocasión puedo volver allí me quedaría una semana entera. Es una auténtica gozada hacer snorkel por cuatro duros y observar la riqueza de sus fondos marinos, tocando peces con las manos sin que se asusten o ver los corales de mil colores.
Después de jugar al Tejo.
Aquí terminaba la aventura caribeña,  tomamos el barco rumbo a tierra y unas horas después aterrizabamos otra vez en Cartagena, con la certeza de que lo mejor del viaje había pasado.
Bogotá, como todas las ciudades sudamericanas es bastante caótica, pero la verdad es que en ningún momento tuve sensación de inseguridad.En sí la ciudad no tiene mucho que ver, destaca el barrio de La Candelaria con la Plaza Simón Bolivar presidiéndola y sobre todo Montserrate, un cerro al que se accede por telesférico y que te ofrece la posibilidad de contemplar la ciudad en todo su esplendor.
Viendo el clásico en El Campin
Pero no todo iba a ser turismo, por suerte, coincidió que se jugaba la final de la liga de fútbol con el clásico entre Santa Fe y Millonarios como plato fuerte a tan solo unas cuadras de casa. Ya con las entradas en la mano, nos dimos cuenta del peligro que conlleva este deporte cuando pedimos una cerveza en un bar y nos dicen que hay ley seca por el partido. Evidentemente esto sería inconcebible en España.
Una vez en el estadio me resultó curioso escuchar las canciones de la grada, ya que eran exactamente iguales (acento argentino y todo) a las que se cantan aquí en la cancha.
Otro de mis momentos favoritos fue jugar al Tejo, el deporte nacional colombiano, una especie de petanca pero con pólvora y explosiones y que para jugar lo único que tienes que hacer es comprar media caja de cervezas como mínimo. I love this game!
Los días pasaban y las vacacions se terminaban, pero antes de irme pude visitar Zipaquirá y su famosa Catedral de Sal, con la que me llevé una grata sorpresa.
Para finalizar, una fiesta muy rockera rodeado de un buen puñado de gallegos, emigrantes en aquellas tierras, brindando con un ron Abuelo de contrabando por las siguientes etapas de nuestras vidas. Salud!
Así la aventura colombiana llegó al final, diez días estupendos que lo único que hicieron fueron darme ganas de volver y visitar El amazonas, El Eje Cafetero o la Costa Pacífica, y sobre todo el Andrés Carne de Res!
Hasta pronto!!